El naufragio del HMS Wager según el pintor Charles Brooking, basándose en el diario de John Bulkeley (1744)

El naufragio del HMS Wager según el pintor Charles Brooking, basándose en el diario de John Bulkeley (1744)

Historia

El naufragio del Wager: la historia de una milagrosa supervivencia que escondía asesinatos y canibalismo

David Grann, autor de 'Los asesinos de la luna', reconstruye el motín en una isla desierta del Pacífico tras el hundimiento del buque de guerra inglés en 1741. 

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Un famoso estudio de 1945, el llamado Experimento Minnesota, analizó los efectos emocionales y psicológicos de la inanición en un grupo de individuos. Se apuntaron treinta y seis voluntarios, todos solteros, autodenominados "pacifistas" y que decían llevarse bien con otras personas. Muchos pensaban que la restricción calórica los llevaría a una especie de nirvana, a un estado de espiritualidad más profunda.

Los náufragos

David Grann 

Traducción de Luis Murillo. Random House, 2025
408 páginas. 21,75 €

Pero lo que ocurrió fue que, al reducirse a la mitad su ingesta calórica, además de perder fuerza y vigor y alrededor de un cuarto de su peso corporal, se volvieron irritables y depresivos, algunos tuvieron fantasías sobre canibalismo y otros se mostraron dispuestos a casi cualquier cosa para conseguir comida. Uno de ellos, tras apuntar en su diario "me voy a suicidar", miró al científico que tenía enfrente y dijo: "No, te voy a matar a ti". En las conclusiones del estudio se consignaba "lo endeble que parecía ser la fachada social y ética" de todos ellos.

El periodista neoyorquino David Grann (1967) cita este experimento en la parte central de Los náufragos del Wager. A esas alturas el lector lleva más de cien páginas inmerso en una absorbente novela de marineros, recién convertida en el vibrante relato de un naufragio que pronto será la historia de un motín y, por último, la de una supervivencia milagrosa.

Las restricciones del Experimento Minnesota no eran nada comparadas con las que sufrieron los supervivientes del Wager, el barco de guerra británico que naufragó en una isla desierta de la Patagonia en mayo de 1741. La reacción de los hambrientos fue por eso mucho más impredecible y violenta.

El Wager era parte de una flota que había zarpado de Inglaterra un año antes con una misión secreta: capturar un galeón español que, según decían, llevaba en su bodega "el mejor botín de todos los mares". Sin embargo, doblado el cabo de Hornos, el barco –"un navío barrigón y difícil de gobernar, un engendro de sesenta metros de eslora"– se hizo astillas contra las rocas y se hundió entre los golpes y el ruido de la madera resquebrajándose. El resto de la flota, tras perderlo de vista, continuó la singladura. Sin comida, a temperaturas gélidas y debilitados por el tifus y el escorbuto, los náufragos se apiñaron en la playa a esperar la muerte.

De los doscientos cincuenta hombres que iban a bordo, solo ciento cuarenta y cinco habían sobrevivido al naufragio. "Harapientos, enfermos y demacrados, era como si llevasen allí naufragados desde hacía siglos", escribe Grann. El motín prendió más tarde, cuando el capitán Cheap, desesperado por mantener el orden, disparó a un marinero en la cara.

El grupo, que ya contaba con una banda de sediciosos que se había echado al monte, se dividió en dos facciones. El artillero John Bulkeley, líder de los amotinados, aunque era consciente de que, si sobrevivían, lo más probable es que los condenaran a la horca, proclamó que su derecho a "la vida" y "la libertad" estaba por encima de las leyes de la Armada. Hubo enfrentamientos, asesinatos, canibalismo. La situación era tan peligrosa que los amotinados decidieron echarse al mar en un estado de salud infame y hacinados en dos embarcaciones muy precarias.

Tres meses y medio y cinco mil kilómetros después, tras superar el estrecho de Magallanes, arribaron a las costas de Brasil, donde los tomaron por los heroicos supervivientes del galeón perdido, sin sospechar que, en realidad, eran delincuentes en fuga. Algunos murieron de lo que se conoce como síndrome de realimentación, un shock que sufren ciertas víctimas del hambre –se observó también en supervivientes del Holocausto– tras ingerir de pronto grandes cantidades de comida. De los ochenta y un amotinados del Wager que habían salido al mar, solo treinta habían llegado a Brasil.

El capitán Cheap dispara al guardiamarina Cozens en la cara.

El capitán Cheap dispara al guardiamarina Cozens en la cara.

Mientras tanto, por la otra vertiente del cono sur, el capitán legítimo y un diezmado grupo de fieles emprendieron su propia lucha por la supervivencia. Su viaje los llevaría hasta las costas de Chiloé, donde unos soldados españoles los capturaron. Después contarían que consiguieron llegar allí gracias a unos indígenas que los guiaron por tierra y por mar, indicándoles cuándo remar y cuándo descansar, dónde encontrar refugio y qué frutos comer sin envenenarse.

Tiene gracia que los ingleses, en el recuento de la aventura, insistieran en denominar "salvajes" a quienes les salvaron la vida. Uno de los miembros de este grupo, John Byron, sería el abuelo del futuro poeta, que muchos años después cantaría la gesta de su heroico antepasado.

Un año después de que los primeros náufragos llegaran a Brasil, los supervivientes del Wager empezaron a desembarcar en Inglaterra

Un año más tarde de que los primeros náufragos llegaran a Brasil, los supervivientes del Wager empezaron a desembarcar en Inglaterra. Lo hicieron en tres tandas: primero los amotinados, más tarde los fieles al capitán y, meses después, un último e inverosímil grupo al que habían tenido que dejar atrás. La aparición, o la resurrección más bien, de los náufragos del Wager levantó un revuelo mediático sin precedentes: se publicaron libros, cuadernos de bitácora, piezas periodísticas más o menos fantasiosas. El primero en publicar su diario, seis meses después de su regreso a Inglaterra, fue John Bulkeley, el líder de los amotinados.

Entonces aún no sospechaba que el capitán también había sobrevivido y que pronto llegaría a Inglaterra para contar su versión. Y tampoco que sus hazañas serían tergiversadas por multitud de plumillas que inundaron la prensa inglesa de fake news sobre el motín. Como resultado, el testimonio de los supervivientes perdió credibilidad. Hubo un consejo de guerra que apenas esclareció nada y en el que casi todos salieron bien parados. Por último, gracias al interés del Imperio por enterrar el caso, los náufragos pudieron retomar su vida.

En todo este proceloso material ha indagado Grann durante años, como dan cuenta las cien páginas de notas finales que avalan su admirable trabajo periodístico. El escritor consultó diarios de a bordo, correspondencia, diarios privados y todo tipo de registros y actas oficiales. Además visitó la isla Wager, donde llegó en una pequeña embarcación "calentada por una estufa de leña", como indica en los agradecimientos del final. Allí localizó fragmentos del pecio y constató, dice, "un atisbo del asombro y el horror que experimentaron los náufragos".