
Pensar en el pueblo ucraniano es pensar alternativas a la guerra y el rearme

Europa vuelve a elegir la senda de la militarización, con el argumento de que existen amenazas que obligan a posponer todo lo demás. El plan de rearme anunciado por la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, la misma que defendió las masacres contra Gaza -asegurando que Israel tenía “derecho a defenderse”- ha sido aceptado por veintiséis de los veintisiete miembros de la Unión Europea, sin apenas cuestionamiento.
El proyecto contempla un gasto militar sin precedentes, de hasta 800.000 millones de euros en cuatro años, en base a una presunta situación “excepcional”. No ha habido nunca prisa para destinar un paquete de cientos de millones de euros a educación, sanidad, cooperación o vivienda digna para todas las personas que habitan en la Unión Europea. Las prioridades son otras. No hay consenso ni mecanismos de excepcionalidad para mejorar la vida de la gente, pero sí para la militarización, es decir, para la guerra.
“Prepararse” para la guerra
Un aumento tan pronunciado del gasto militar y un mensaje tan contundente en ese sentido implican una escalada en la tensión internacional. Se adquiere material militar para usarlo o para venderlo. Europa está en los primeros puestos del ránking mundial en gasto militar, solo por detrás de EEUU y China, y eso no impidió ni la invasión rusa de Ucrania, ni la prolongación de la guerra, ni el estancamiento en el frente de batalla.
En vez de buscar alternativas a la carrera armamentística, Bruselas insiste en el argumentario de la confrontación y Von der Leyen lo expresa así: “Si Europa quiere evitar la guerra, debe prepararse para la guerra”.
La mayor parte de los países de la Unión Europea pertenecen a la OTAN, la alianza militar liderada por Washington. Donald Trump ha escenificado hostilidad hacia Bruselas, imponiendo aranceles y exigiendo a las naciones europeas mucho más gasto armamentístico -de hasta el 5%- en el marco de la Alianza Atlántica. Ante ello, varios gobiernos europeos hablan de la necesidad de una autonomía militar estratégica, pero en la práctica se ponen manos a la obra con la militarización planteada por la Casa Blanca, sin proponer una salida del marco de la OTAN ni alternativas al rearme.
La UE acata el mandato del presidente estadounidense y lo disfraza de autonomía. Algunos países europeos han propuesto, además, un despliegue militar en Ucrania, una iniciativa respaldada por Trump pero rechazada por Moscú, lo que implicaría, de llevarse a cabo, un enfrentamiento directo con tropas rusas. La primera ministra danesa, la socialdemócrata Mette Frederiksen, ha llegado a decir que se corre el riesgo de que “la paz en Ucrania sea más peligrosa que la guerra”. En vez de intentar otros métodos, la UE insiste en la misma vía que ha llevado a Kiev -y a Bruselas- a la situación actual.
La UE acata el mandato de Trump de más gasto militar y lo disfraza de autonomía
La autonomía europea
Cuando Rusia invadió territorio ucraniano, violando el derecho internacional, la UE podía haber elegido su camino con posición estratégica propia, anteponiendo los intereses europeos a los de Washington, insistiendo en los riesgos de una guerra prolongada en Ucrania y buscando soluciones negociadas en favor de Kiev.
En febrero de 2022, y en meses posteriores, aún había posibilidades de llegar a un pacto más favorable para Ucrania que el que hoy en día es posible. Podían haberse evitado miles o decenas de miles de muertos, destrucción, exilio de millones de personas y un resultado de más debilidad, que es el que sufre Kiev en la actualidad.
Desde su cómoda distancia geográfica, EEUU sostuvo la guerra de desgaste, con el envío de armamento y la ayuda de inteligencia militar, con interés por controlar la política ucraniana y por acaparar clientela europea a la que vender más armamento y gas licuado, en sustitución -y a un precio superior- del gas ruso. Para ello contó con la subordinación de Bruselas.
Ahora, Trump se aprovecha de los resultados. Puede establecer exigencias al Gobierno de Kiev -muy dependiente de la ayuda de Washington- y presume de ello, incluso planteando la adquisición de recursos naturales ucranianos.

La primera ministra danesa ha llegado a decir que la paz en Ucrania puede ser "más peligrosa que la guerra”
Las alternativas
La propaganda bélica suele ser agresiva: deshumaniza a quien no apoya la guerra, ridiculiza a quienes defienden alternativas de paz y justifica la matanza de seres humanos.
Los muros siguen elevándose para proteger la carrera armamentística en detrimento de otras salidas, a pesar de que éstas existen. Europa podría intentar convertirse en un actor de paz, negociar de forma autónoma con todos los actores posibles e idear propuestas alternativas al militarismo, empezando por mecanismos que refuercen dinámicas de diálogo y negociación. Esto incluye una reforma de Naciones Unidas, la revisión del sistema de voto y veto en el Consejo de Seguridad de la ONU y alianzas internacionales que den espacio a la acción política.
Algunos analistas plantean como propuesta la renuncia de Ucrania a entrar en la OTAN y un modelo para Kiev similar al de Austria durante la Guerra Fría: neutral, soberana y tan vinculada a Europa como quiera su ciudadanía. La UE debería buscar acuerdos y vías de interlocución independientes, continuadas y directas con naciones que pueden actuar como contrapesos a los desafíos que afronta.
La vía del rearme da fuelle a empresas que contribuyen a la guerra, a la represión en las fronteras y al control coercitivo contra población civil
El negocio de la industria militar
La imposición del gran aumento del gasto militar europeo se enmarca en el proyecto neoliberal que busca en el militarismo beneficios para las elites. La UE está en crisis y sus líderes pretenden “arreglarlo” a través de más rearme, tal y como propone Trump. Antes que idear un cambio, optan por reforzar la industria bélica. Pero el keynesianismo militar no funciona, a menos que haya largos conflictos bélicos o se inicien guerras a menudo, al estilo de EEUU en sus años más intensos, para dar salida a las armas y reponerlas.
Desde 2009 el gasto de defensa mundial ha alcanzado niveles récord cada año. En 2022 varias empresas estadounidenses de ese sector se reunieron con oficiales del Pentágono y de Ucrania para establecer nuevos contratos. El director de Raytheon Technologies, preguntado por el aumento de sus ganancias, afirmó:
“Todo lo que se envía hoy a Ucrania, por supuesto, proviene de reservas, ya sea del Departamento de Defensa [de EEUU] o de nuestros aliados de la OTAN. Y todas esas son buenas noticias. Eventualmente, tendremos que reponerlo y veremos un beneficio para el negocio en los próximos años”.
He aquí el momento de reponer y de contribuir activamente a los beneficios de las empresas armamentísticas, con un gran plan de negocio para el enriquecimiento de la industria militar, defendido por la UE con eufemismos y opacidad.

Un aumento tan elevado del gasto militar implica una escalada: se adquiere material militar para usarlo o para venderlo
El clima belicista
Para defender un incremento elevado del gasto militar se necesita convencer a las poblaciones de que hay amenazas que merecen posponer todo lo demás. Si no hay pruebas, se fabrican, como hizo EEUU con Irak. Para justificar aquella invasión ilegal, que destrozó el país, nos dijeron que Sadam Hussein tenía armas de destrucción masiva y que era una amenaza mundial. Era difícil de creer, pero dio igual. Se repitió hasta la saciedad en ruedas de prensa y medios.
Ahora se defiende la “preparación para la guerra” y el gasto militar sin precedentes como si fueran un destino inevitable, como si los dirigentes europeos no pudieran levantar teléfonos, diseñar estrategias diplomáticas e impulsar acciones políticas. La política exterior queda escondida, de momento, en nombre de la senda militar. Con ello, se sigue posponiendo idear e impulsar otro modelo posible.
La vía del rearme facilita escenarios de más impunidad. Da fuelle a las empresas que contribuyen a la guerra, a la represión en las fronteras y a la extensión del control coercitivo contra población civil. No es honesto despreciar las vías alternativas a la escalada bélica y tachar de ingenuos a quienes la cuestionan, porque no hay mayor ingenuidad que creer que un gran aumento del gasto militar mejorará nuestro mundo y ahuyentará las amenazas.
Pensar en los pueblos es pensar en vías alternativas a la guerra. Es idear y exigir mecanismos para fortalecer la defensa del derecho internacional, de la negociación, de más derechos y libertades, de políticas más justas, de mecanismos de diálogo. Es, también, conocer cuán peligrosos son el lenguaje de la guerra, el olvido y la desmemoria.
Una y otra vez se repite el mismo ciclo con las guerras y una y otra vez se olvida: se necesitan semanas, meses o incluso años para que desaparezca la embriaguez belicista y asomen los hechos, los análisis sosegados y los dolorosos resultados. Cuando llegue ese momento de nuevo nos dirán que no se podía saber, que parecía una buena idea, que no existían aún todos los datos para concluir que la apuesta por la militarización presentada como única opción no era el mejor de los caminos.
Como escribió el poeta Mahmoud Darwish, “mañana la guerra terminará, los líderes se estrecharán la mano, la anciana seguirá esperando a su hijo muerto, la chica esperará a su amado esposo y esos niños aguardarán a su padre héroe. No sé quién vendió nuestra patria, pero sé quién pagó el precio”.
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