Las Ventas rinde pleitesía a la majestad de Antonio Ordóñez

ROSARIO PÉREZ
MADRID. Los cimientos de Las Ventas crujían ayer rememorando a Antonio Ordóñez en un ciclo de conferencias organizado por la Comunidad de Madrid, en colaboración con la Real Maestranza de Ronda, con motivo del décimo aniversario de su muerte. Nuestro compañero de ABC José Luis Suárez-Guanes, manantial de sabiduría taurina, glosó la carrera del hijo del Niño de la Palma y engarzó cada uno de sus paseíllos en la Monumental. Su primer triunfo: «El 20 de mayo de 1951 realiza una extraordinaria faena a un novillo de Santa Coloma». El clamor fue tal que un mes después tomó la alternativa en la corrida del Montepío de la Policía. Se sucedieron las glorias como matador: «1952, 1960, 1965 y 1968 vivieron las cumbres». Esculpió obras para la historia «a «Bilbilarga», en una faena de Príncipe, como tituló Cañabate su crónica de Blanco y Negro, al brindársela al actual Rey de España; «Tabaquero», de Samuel Flores, y «Comilón», de Pablo Romero».
En su minucioso repaso, el colaborador de ABC habló de su retirada en Lima en 1962 y de su reaparición en el 65 tras torear la Goyesca del año anterior. «En Ronda dio una lección anual». En su opinión, «si grande fue su carrera antes de la retirada, en su regreso se superó». Suárez-Guanes abrochó su magistral discurso evocando «su capote brujo, sus derechazos de ensueño, la torería de sus desplantes, la hondura y la majestuosidad de un torero que mandó; si Camino, Puerta, El Viti y El Cordobés eran los ases, Ordóñez fue el repóquer».
Tomó luego la palabra Julio Stuyck, amigo del homenajeado. Nostalgias de otros tiempos. Stuyck, con la autoridad de 60 años de aficionado de pro, aseguró en su brillante y emotiva exposición que Ordóñez «fue un maestro de maestros, el mejor». Y alabó «su personalidad de genio». Hizo hincapié en su poderoso imán: «Cuando surgen figuras de las dimensiones de Belmonte, Manolete y ahora de José Tomás, hay sectores de la intelectualidad que se sienten atraídos. Y eso fue lo que le ocurrió a Antonio, al que siguieron gentes de la importancia de Hemingway u Orson Welles. Traspasó tanto las fronteras que, durante un paseo con mi padre (don Livinio, creador de San Isidro) por la Quinta Avenida, la gente lo paraba para pedirle autógrafos». Ofreció su teoría sobre las escuelas, ni sevillana ni rondeña: «O se pertenece a la buena o a la mala», sentenció. Tal era su dimensión de artista que fue el primer torero al que el Consejo de Ministros concedió la Medalla de Oro de Bellas Artes en 1997, a propuesta de Esperanza Aguirre, entonces ministra de Educación, Cultura y Deportes.
También se refirió a la exclusiva de 40 corridas a 350.000 pesetas que Nueva Plaza de Madrid le firmó. «Ganó el suficiente dinero para comprarse una finca, bautizada como «Las cuarenta»». En el campo se dedicó al ganado bravo, su otra gran pasión, compartida con la ganadera Dolores Aguirre, que no pudo acudir al acto por problemas de salud, según señaló Carlos Abella, alma del serial. Entre los numerosos aficionados que abarrotaron el Aula Bienvenida, se encontraba Pilar Lezcano, viuda de Ordóñez, que agradeció los elogios. Sentido verbo para un torero de sentimiento.
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